sábado, 25 de octubre de 2014

Kara


Lleva ya casi 5 años conmigo. Me ha dado muchos disgustos, pero también me da mucha alegría. Kara es parte de mi familia, y esta entrada está dedicada a ella.













domingo, 19 de octubre de 2014

Desde Cádiz a Galicia, Portugueando

Portugal es un país que me fascinó desde mi primera visita, allá por el 2006, a la isla de Tavira. No he vuelto a visitarlo las veces que hubiera querido, pero las que lo he hecho han sido muy intensas. Por segunda vez, mi furgoneta me acompaña en un fabuloso viaje a lo largo de la península, recorriendo acantilados y colinas, valles y playas.

Portugal es mágico. Supone un viaje en el espacio, con la sensación de viajar en el tiempo.

Iniciamos el viaje en la hermosa provincia de Cádiz, en su blanca capital, al más puro estilo habanero.












Visitamos la punta de Tarifa, sus playas agrestes y salvajes y pueblos de la sierra, como Facinas.




El centro de Conil de la Frontera sorprende por sus callejas blancas y su buen ambiente, a pesar de la inmensidad de urbanizaciones y hoteles que lo rodean.






Y ya en la sierra de Grazalema, o bien cerquita, encontramos joyas por las que perderse es un placer, como Arcos de la Frontera.




Un pequeño rodeo para conocer la famosa Ronda, patrimonio de la Unesco. Ha merecido la pena, pese a las hordas de turistas que impiden sacar una foto de cualquier parte de su casco histórico.







Desde Ronda, carreteras perdidas por tierras sevillanas, hasta llegar a Huelva. Una noche en Matalascañas, a la verita de Doñana, y un bañito matutino.

Y de ahí, a Portugal por fin. Primera parada, Tavira y Cacelha Velha, a cada cual más bonito. Una isla preciosa y unos balcones ornamentados con flores.










Dejando el océano atrás, visitamos Silves para cenar en su maravilloso Café Inglés, un restaurante mágico a la falda del castillo. Allí alguien nos hizo compañía.




El Cabo San Vicente, el último cachito de tierra que veían los mercantes portugueses al abandonar Europa. Salvaje y bucólico.











Abandonamos la costa para descubrir ciudades como Beja y Serpa, infravaloradas por la fama de Évora, su hermana mayor.











Desde Serpa, o bien Mértola, merece la pena escaparse al Pudo do Lobo, dentro del parque natural del río Guadiana.








En una visita al interior de Portugal es prácticamente obligatorio visitar Évora y perderse sin rumbo por sus calles.






Próxima parada, Lisboa. Repleta de turistas hasta la saciedad, aún puedes encontrar algún Miradouro o rincón con encanto callejeando por sus barrios. Alfama, Rossio, Barrio Alto, Belém...





























Una vez en Lisboa, un imprescindible bien cercano, pero otro mundo. De la ciudad al bosque: Sintra.








Y vuelta al mar y al aguita salada. Una pequeña parada en Aveiro y su faro en Barra, una mirada a sus coloridos canales.








Unos kilómetros al norte encontramos Óbidos, famoso por su ginjinha. este año tan preciado licor no cayó, pero sí un paseo por sus adoquinadas calles repletas de flores.











Y la siguiente parada, mi favorita, mi "must" en Portugal. No se vayan nunca sin conocer Oporto, sin perderse por sus callejas adoquinadas, sin entrar en sus tiendas de antigüedades, ni en esas que venden cosas nuevas, pero a la vieja usanza. 















Y tras Oporto, el último paseo, bajo lluvia torrencial, en Guimaraes, preciosa ciudad cuyo casco histórico fue declarado patrimonio de la unesco.








Entramos a España. Atravesamos en parque de Peneda-Guerés para llegar por ourense, donde descubrimos, en el río Limia, un piscina de aguas termales.




Y ya solo queda Lugo. Última parada, pero no por ello, la peor. Precioso.









Vuelta a casa tras 17 días y 2700 kilómetros.